sábado, 1 de febrero de 2014

Las vecinas iluminadas por los cortes (una historia colosal, con Edesur de artista invitado)

Primera parte
Sólo quedaba en pie el ascensor de servicio. La luz de los palieres se iba apagando gradualmente. El portero acercaba más ventiladores a los inmensos tableros térmicos de la torre que parecían a punto de convertirse en lenguas de fuego. Todavía todos tenían luz, pero algunas vecinas aseguraban volviendo del mercadito de los chinos, que esa noche explotaba todo, que de vuelta a dormir sin aire ni ventilador en el balcón y en bombacha. Pero el miedo real no era dormir a la vista en paños menores, se temía en verdad que volara en pedazos el sistema eléctrico del grandote de cemento de 19 pisos, y ahí sí que el infierno hubiese sido para siempre en esa esquina de Monte Castro. De repente a una de las vecinas le sonó el portero que todavía era eléctrico: “Soy de Edesur, señora, usted llamó, no? Bueno, no se preocupe que el edificio tiene luz, está todo bien. Hasta luego”. La vecina, astuta, le dijo que la esperara que iba a bajar para agradecerle. El operario habrá pensado en alguna dádiva porque suele pensarse así los servicios en esta ciudad, y esperó. Cuando la vecina llegó, primero amablemente le preguntó si había revisado todo bien. Sí, mire, le dijo, y la llevó al sótano. Ve, y encendió un artefacto que determinaba que en ese lugar había luz. Pero mirá, querido –se trataba de un joven, todos son demasiados jóvenes los operarios de Edesur-, ves los ventiladores que pusimos, este tablero está por reventar, por qué te creés que ya no arrancan los ascensores y ya no hay luz en los pasillos? Subiendo al palier, el muchacho abrió su Handy y comunicó que “todo está bien, tienen luz”. Pero pibe, ya intranquila la señora, vos tenés que solucionarme el problema, si vos sabés que en unas horas revienta todo. Cómo vas a decír que está todo bien… Yo no puedo hacer nada, señora, llamen a la cuadrilla… Otras dos vecinas ya acompañaban a la primera, y una cuarta tocó todos los timbres: “¡bajen!”. El operario dijo, bueno, yo me voy, y en ese momento la señora que había llamado a Edesur cerró la puerta de entrada “vos de acá no te movés”. Eran casi las 9 de la noche del viernes 17 de enero. Llegaron más vecinas y algunos maridos. El operario quedaba secuestrado. A coro las mujeres le exigían que volviera a llamar a Edesur y dijera la verdad de la situación. Y que informara que quedaba retenido hasta que llegara un equipo técnico eficiente. Llamó pero ya habían archivado el caso y eso que el edificio la había pasado mal desde diciembre. Le prometieron igual que iban a mandar una cuadrilla, cuando la única en toda la ciudad, se desocupara. En un descuido de las chicas, el operario activó el Handy y dijo algo ininteligible. A los pocos minutos, tres miembros de gendarmería se metían en el atestado palier para proteger al muchacho. Hacía mucho calor, la gente estaba una sobre la otra, corría la transpiración, algunos olían el aroma cruel del fin del día, pero nadie se movía. Cada tanto algún vecino recibía el salvoconducto, y entraba o salía para alguna gestión puntual y previamente informada. La prostituta del noveno llegó a las 11 y media, y un marido se apresuró a abrirle. Fueron las vecinas las que le abrieron un imposible hueco para que permaneciera únicamente con ellas... (Continuará)