martes, 30 de noviembre de 2010

Decoro

Desplante. Vaciar por fin la vida. Sacudirla de desprecios y de repetidos amores fallidos. Libre, el aire juega sin prejuicios por todo el cuerpo y a nadie hay que explicar. Romper palabras y gritarlas contra el muro de lo ausentes para sentir como antes, en los principios, cuando todo era vena y capricho, y hoy volver a ser demente pero los truenos, las bocinas y el desconcierto dejan solo. Está llena de distraídos la calle. Discuten, van y vienen, obedecen, engañan, repletan de billetes las cuentas, y cuando se acuerdan dan el diezmo de la limosna. Mercenarios de un paseo en coche venden hasta la vida.
Mientras tanto, la soledad que no es tal. Porque tan sin nada se zambulle desierta entre las estrellas de su noche, y el día, cada tanto, la somete a una flor, que no es tu aroma ni es la tuya, pero que me envuelve en el decoro, en mi poco.

martes, 23 de noviembre de 2010

A Isabelle Huppert (después de verla en Villa Amalia)

Fui a verte al cine, y diversas tramas coincidieron para que tú, Isabelle, me encontraras a solas. Abrieron para mí la sala, y yo golpeaba impaciente el suelo con mis tacos porque no debía prefigurar nada. Nada de trozos de filmes ni propagandas, nada de posturas ni lecturas de programas inútiles, nada de otra ensamblada pareja en el medio de otras parejas. Nada. Isabelle y yo. Yo en la sala sola y tú sola en el mar; yo solo mirando otra vez tu entrenamiento erótico del piano, mientras rodea la vejez y no se atreve a perforar la porcelana impasible de tu cara. Esa cara irrepetible, que a punto de deshacerse naufraga y revive en la hondura celeste de los ojos. Increíble Isabelle. Y yo que en mis apuros te creía casi muerta, en el desierto del descanso, en la vejez apurada y en la nada.
Vas dejando todo sin dejar, hundida en el mar sin morir, y abrazando la única piel posible para esos instantes en que te inflamas y nada de lo que te rodea puede alcanzarte. Flaco tu andar, y chueco de atrás, pareces una adolescente en dieta y no tienes nada y los tienes todo, y yo casi grito por atraparte cuando vas a fallecer, pero otras vez lo mismo, parece que te vas, que ya está, pero vuelves lacónica, tan bella y francesa.
Que no se acaben tus películas. Te amo. Y por fin nos dejaron solos.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La noche antes (mi despedida a Paul)

Me siento raro después de despedirme de Paul. Con una melancolía que me abraza y que anoche lagrimeaba junto al piano del amigo en Let it be, mientras mi cabeza era una película pasada de revoluciones, en la que me veía niño, adolescente, riendo a carcajadas entre abrazos con mi madre; haciéndome más amigo de mi padre cuando se resignaba con gusto al sonido fuerte de mis parlantes Turner; escuchando con admiración a mi primo Gustavo, que rasgueaba su guitarra criolla y aparecían muy parecidas a las originales las melodías beatles. Es como que quedé más solo, como si ahora sí debiera resignarme a la adultez: se acabó la vida en llamas, esa que me dio felicidad pero también quemó todo alrededor. Porque uno es de la generación que llegó tarde a todo, inclusive al Paul potente de su juventud, a los mismos Beatles. Porque en los ’60 yo era un pibe que apenas me despabilaba en los potreros con una pelota remendada; y en la agonía de esa majestuosa década recién comenzaba a vibrar con la cercanía de una mujer bailando un lento en un “asalto” vespertino. Recién promediando los ’70 descubrí a Los Beatles, pero ya no estaban. Me abracé con furor a su música y andaba bailando y cantando pero mi primo no lo hacía más y mis viejos envejecían sin avisar. Cuando dejé de bailar porque hasta Paul no cantaba, entendí que se alteraba el sol, que oscurecía de día. Tarde, como acostumbra mi generación, me dí cuenta por qué eran insistentes mis sueños con sangre.
La vida después fue otra con el amor, los hijos y el trabajo; un hogar, una casa, un proyecto a medio terminar pero aquel sedimento tardío de la música y el dolor me transformó en el sabio de hoy que nadie atiende: estoy lejos de los jóvenes y no soy anciano.
Fue un “largo y sinuoso camino”, es cierto Paul. Yo sé que no volverás, porque ahora, recién ahora, ya nadie puede engañarme. Y me pesa la noche de ayer, a tus 68 años viniste a recordarme todo lo que pasó, pero también a decirme que la “gira mágica y misteriosa” se va acabando. Mis viejos ya no están, mi primo Gustavo es uno de los treinta mil desaparecidos, y yo, Paul, te juro, me quedo mucho más solo con tu partida.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Estándar

Esta especie engaña. Besos y fiestas después se calculan, y se trazan reglas de edades y vientos, y de coincidencias de mermeladas. Qué rara es esa imagen que habla entre escuadras, que insiste con libertades, pero es estándar, estándar.

martes, 2 de noviembre de 2010

Una nueva Patria inmensa

Propongo derretir las fronteras de la América latina con el fuego de los pueblos, de esos pueblos que son capaces de llorar sin rubores a sus líderes, de esos pueblos que han dado su sangre a ríos de lucha, de esos pueblos trabajadores que ni han recibido la ventaja de una brisa, y que se han ganado el pan de cada día con el aliento mayor de besar en la frente al hijo.
Que se derrumben las fronteras en terremotos de hermandad, que el Pacífico y el Atlántico se fundan en un mar de miradas sonrientes y que en nuestra América profunda broten las flores de la solidaridad por ser uno, todos uno. La gran patria de San Martín y Bolívar,de Sandino y el Che, de Martí, de todos los pueblos originarios que renacerán de sus cenizas briosas que pisarán los huesos del cipayo conquistador.
Que desaparezcan las fronteras y aparezcan los desaparecidos, para que marchen triunfantes a través de campos y montañas, lagos y planicies, y se reúnan entre tanto valle maravilloso a celebrar la nueva vida. Aquellos muertos torturados de lo que era Argentina, Paraguay, Uruguay, Brasil, Colombia, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua serán el ejército de la memoria, y ya no habrá más noche en la América latina, ni roedores siniestros, ni cuervos.
Que la moneda se llame “latinoamericana” y que circule en las manos más curtidas, que vista, alimente, eduque, cultive y que no abunde en unos más que en otros; se acabarán obscenos millonarios, y será sólo un dolor curado, un mal recuerdo, los terratenientes.
Y que el subcontinente hirviente elija un triunvirato que gobierne, que elija entre Correa, Cristina, Chávez, Evo, Mujica y Dilma. La nueva patria inmensa tendrá la constitución de los libres y de los iguales, y no habrá ni credo ni color que distinga porque la alegría perdurará sobre el ruego, y el arco iris se nos pegará a la piel y ondulará como flamante bandera.
Nuestro gentilicio será definitivamente latinoamericanos. Y no habrá mundo ajeno que nos perturbe.