miércoles, 24 de diciembre de 2014

Jacinto no conoce felices ni fiestas

De la colección del autor "Latidos porteños"

Jacinto ni sabe qué cosa es Papá Noel. Vive hacinado en la Villa 20 de Lugano, y ya a los diez años conoció todo tipo de disfraces en el calabozo al que lo empujan seguido policías disfrazados de personas. El hedor suele desbocarse hastiadas que están las napas de contaminación. Es ahí cuando no aguanta más Jacinto y sale y se disfraza de pistolero, y con un revólver de juguete se va para el centro a robar un celular que el transa se lo cambia por veinte mangos, aunque sea el más moderno. Y ahí va y compra paco y ahí va y se olvida de todo y sueña con otros disfraces, a veces monstruosos:  que se le vienen amigos escupiendo pulmones llenos de plomo del cementerio de autos que mata más rápido. Debe ser esa la idea de un tipo que se disfraza de alcalde de la ciudad, que se morirá pero de risa en su Navidad de rico, seguramente disfrazado de Santa Claus, que suena mejor, y que tal vez hasta vaya a la misa de gallo a recibir la renovada bendición para  desplumar pobres.
Pero Jacinto a veces se duerme y sueña cosas lindas. Sueña con papá, no él, se aclara hasta en el  sueño, rememorando a ese tipo de disfraz rojo que vio mentir fantasías en la puerta del shopping. Con su viejo, sueña, que sabe que volverá de la zafra de Tucumán, o de pisar uvas en Salta para el vino patero que después trae para acá y todos probamos. Y sueña que va a venir con plata para poder comer. No sueña con regalos porque nunca le regalaron nada, salvo esa camiseta de Boca que tiene puesta  y que se la dio su mamá después del revuelo que se armó cuando los echaron del predio Papa Francisco. La policía pegaba palazos y la gente dejaba tiradas sus cosas. Y la madre se la encontró hecha un bollo. 
Se preguntó Jacinto si el Papa tiene que ver con el otro Papá, Noel, tal vez sí, se dijo, porque Francisco también anda disfrazado. Y se parecen también porque nunca ninguno de los dos irá a visitar a Jacinto. Cómo les gustó estar en esos terrenos a la mamá y a los hermanos de Jacinto, y a Jacinto también, si hasta jugaron al fútbol y estaba tan lindo, no había olor. Pero hasta que vino la policía. Por qué será tan mala la policía, una vez le preguntó Jacinto a su mamá, y su mamá le dijo que están envidiosos, porque el cura que va a la villa les dijo que el reino de los cielos será de los pobres. La mamá de Jacinto es creyente por eso se enojó cuando Jacinto le dijo que el Papa Francisco no servía para nada, por haber dejado que los echaran del predio que lleva su nombre.
Jacinto tampoco entendía de qué estaban disfrazas esas personas que ahora desparecieron, y que cuando pegó la poli ahí estaban, como excitados, con unos cables y unos micrófonos, tan bien vestidos haciendo gestos a unas cámaras. Ese será el disfraz del mentiroso, pensó aquella vez Jacinto, cuando escuchaba los disparates que decían.  Se acuerda de una rubia, Jacinto, que se enojó y empezó a insultar porque pisó un charco. Y nosotros que tenemos que hacer, dijo aquella vez Jacinto, los tenemos que matar a todos porque que vivimos dentro de la mierda.

A lo lejos se escucharán cohetes de Nochebuena o Año Nuevo. Jacinto no  pensará en otra cosa que en la cana. Porque no sabe de Fiestas Jacinto. 

martes, 9 de diciembre de 2014

Lennon en La Boca

De la colección del autor "Latidos Porteños" 

Venía caminando por la ribera del Riachuelo como podía, con los hombros vencidos. Amanecía y no sabía qué había hecho en las últimas horas. Sólo recordaba su impulso de subirse al 29 para ir a la Boca, a beber de su aire, para consolarse y volver a ser ese niño que caminaba por esas calles de la mano del viejo, que lo había hecho bostero, tan de pizza y faina, tan pariente de la noche, y que tanto le habló de su amante melancolía. Había querido sacarse la mochila de su realidad y se la dejaba olvidada adrede en un banco de Caminito. Para que los gringos turistas descubrieran que nada de lo que reluce es verdad, y para que le sacaran una foto a su bolso hediondo, a esa mitad horrible de sandwich de mortadela y queso, a ese retrato velado de Laura, a ese lápiz sin punta, al pañuelo amarillo seco. Ya ni ganas de llorar tengo, se dijo, hasta que de repente sintió un leve chistido. Se dio vuelta y empalideció: pero si todavía no tomé nada -pensó-, cómo puede ser que tenga visiones.... Es que era Lennon, John Lennon el que le devolvía la mochila.
“Eh..., no, no la quiero más la mochila”. “Pero acá hay una foto, es bonita, ¿es su novia?” “A ella tampoco la quiero más”. “Ella es tan cargosa, ¿no?” No, no es eso, pero digame, usted quién es, ¡es igual a Lannon! “Soy Lennon”. “Pero qué pavadas dice, Lannon murió hace, eh... a ver, ¿hoy es 8 de noviembre? ¡Justo hace 34 años!” “Eso dice la CIA, otras de sus mentiras, imagine...” “¿En serio...? Ah, je, sí qué buen tema... Pero el tiempo no pasó para usted, John, está igual que un ratito antes de que lo maten en Dakota..., esteee... perdón”. “Le voy a decir la verdad, me rescató el IRA irlandés antes que Reagan mandara a atacarme, y le voy a decir, yo era un tejedor de sueños, pero ahora he renacido, yo era la morsa, pero ahora soy John”. “¿Eso es de su tema God, temazo... Sigue creyendo sólo en usted y en Yoko?” “Y en la revolución y en la lucha de clases”. “Pero no me dice cómo hizo para conservarse tan bien, pasaron 34 años...”. ”El diablo me protege, hice un pacto con él, el diablo es bueno, no es como dice la iglesia, siempre piensa que la verdad es lo contrario a lo que dicen los religiosos”. “¿Y por qué eligió Buenos Aires para vivir, o está haciendo turismo?” “Infinito e inmortal amor que brilla a mi alrededor como un millón de soles que me llaman y me llaman a través del universo”. “Eso es de Across the universe, uh, qué emoción, esa es una de mis preferidas de Los Beatles”. “¿Pero entendió lo que quise decirle?” “No sé, John, pero está bien, usted es mi ídolo”. A mi me movió el amor por la humanidad, pero fui preso por la fama, sirviendo al poder y a la burguesía, el publico que más detesté de chico. Ahora soy libre, stand by me” ”Sí, John, claro, me quedo con usted, pero cómo nadie lo reconoce...” “All you need is love, Laura es bonita” “Sí, ya me lo dijo”. “Y acá la mujer no es el negro del mundo” “Y, más o menos” “She loves you” “Sí, yeah yeah yeah...”
Una mano pesada lo despertó. Estaba abrazado a su mochila. Caminó por la ribera para tomar el 29 de regreso. Se sentó en un asiento de atrás. Abrió la mochila. Nunca había visto eso foto tan linda de Laura...

martes, 2 de diciembre de 2014

Si querés, robame


(De la colección Latidos Porteños del autor)

Iba manejando  en la 9 de Julio macrista y escuchaba AM/FM, sufriendo el reflejo de la TV en la radio, música berreta , risotadas sin sustento, mal gusto desbocado, todo tan parecido a la energúmena pantalla chica. Hasta que de repente,  tras un semáforo, sentí un golpe y la puerta del acompañante se abrió como si fuera a volarse.  Un pibe pasaba su mano como una aspiradora para llevarse algo de los asientos o del piso. El tránsito era denso aún a las diez de la noche, y pensé que si no lo subía, lo pisaba el camión recolector de atrás. Lo metí en el auto sin esfuerzo. Era tan liviano… Le dije que se tranquilizara. “Sentate y decime qué necesitás “ (yo estaba más nervioso que él). “Necesito comer, hace un rato que la cana me largó después de tres días en un calabozo; dos veces me dieron agua, y tres veces pan viejo, y un guiso que me dio cagadera. No doy más…”
Seguí a lo largo de 9 de Julio y no sé cómo aparecí en la Costanera. Cada tanto lo miraba, y el pibe temblaba de a ratos. Tenía unos ojazos negros, una remera quemada de a pedacitos, como de quemaduras de cigarrillos; unos pantalones cortos que alguna vez fueron beige, y unos botines viejos de fútbol  llenos de barro seco dos números más grandes. Paré, había sudestada. No era  conveniente bajar, porque el viento estaba furioso y el río salpicaba. Pero bajamos.
El del quiosco estaba como parapetado para cuidar las instalaciones. Le pedí un pedazo de carne. Me dijo que esperara que iba a encender la garrafa de gas. Le costó pero pudo, y recalentó un pedazo de vacío. Al rato, mi compañero comía con desesperación. Y al final se tomó sin respirar una coca.

Después, hablamos: “¿Cuántos años tenés?” “Creo que doce, o trece, mi mamá nunca me lo dijo”. “¿Me querías robar?” “No sé hacer otra cosa, vivimos cerca de la autopista a La Plata con cinco hermanos, soy el mayor, algo tengo que llevar”. “¿Nadie los ayuda?” “Cada tanto vienen de algún partido político y nos dan chapas, pero se nos cae la casilla de tantas chapas… Necesitamos comer, mis hermanitos ya no van a la escuela” “No te pregunté tu nombre”. “Me llamó Simón” “¿Te gusta? ” “Una vez mi papá estaba tranquilo y me contó que mi abuelo era anarquista y que por eso me puso ese nombre. Al rato ya estaba borracho, y creo que eso fue lo último que me dijo”. “¿Robaste tanto para estar en el calabozo?” “Los poli me vieron una vez haciendo lo que te hice a vos, y me preguntaron si no quería laburar para ellos.  Les dije que no, si ellos nos viven cagándonos a palos”. “Y te mandaron al calabozo…”  “Sí, y no nos dan de comer, porque si nos dieran de comer, voy preso lo que quieran”. “¿Querés que te lleve a tu casa?” “No, me enteré que mi mamá tiene una nueva pareja, y yo no lo veo bien, porque mi viejo es sagrado.” “¿Y ahora qué hacemos?” “No sé”. “Si querés robame “ “¿Por qué?” “Porque yo ando en auto y vos ni  tenés para comer” “La culpa no es tuya, es de los que andan de saco y corbata” “¿Querés que te deje en algún lado?” “Sí, en Constitución, tengo sueño y ahí debajo de la autopista tengo escondido un colchón.” Arrancamos y se durmió. Al final lo llevé a su casa. Paré a un costado de la autopista y lo vi correr, su mamá salió a abrazarlo.