(De la colección Latidos Porteños del autor)
Iba manejando en la 9
de Julio macrista y escuchaba AM/FM, sufriendo el reflejo de la TV en la radio,
música berreta , risotadas sin sustento, mal gusto desbocado, todo tan parecido
a la energúmena pantalla chica. Hasta que de repente, tras un semáforo, sentí un golpe y la puerta
del acompañante se abrió como si fuera a volarse. Un pibe pasaba su mano como una aspiradora
para llevarse algo de los asientos o del piso. El tránsito era denso aún a las
diez de la noche, y pensé que si no lo subía, lo pisaba el camión recolector de
atrás. Lo metí en el auto sin esfuerzo. Era tan liviano… Le dije que se
tranquilizara. “Sentate y decime qué necesitás “ (yo estaba más nervioso que
él). “Necesito comer, hace un rato que la cana me largó después de tres días en
un calabozo; dos veces me dieron agua, y tres veces pan viejo, y un guiso que
me dio cagadera. No doy más…”
Seguí a lo largo de 9 de Julio y no sé cómo aparecí en la
Costanera. Cada tanto lo miraba, y el pibe temblaba de a ratos. Tenía unos
ojazos negros, una remera quemada de a pedacitos, como de quemaduras de cigarrillos;
unos pantalones cortos que alguna vez fueron beige, y unos botines viejos de
fútbol llenos de barro seco dos números
más grandes. Paré, había sudestada. No era
conveniente bajar, porque el viento estaba furioso y el río salpicaba.
Pero bajamos.
El del quiosco estaba como parapetado para cuidar las
instalaciones. Le pedí un pedazo de carne. Me dijo que esperara que iba a
encender la garrafa de gas. Le costó pero pudo, y recalentó un pedazo de vacío.
Al rato, mi compañero comía con desesperación. Y al final se tomó sin respirar
una coca.
Después, hablamos: “¿Cuántos años tenés?” “Creo que doce, o
trece, mi mamá nunca me lo dijo”. “¿Me querías robar?” “No sé hacer otra cosa,
vivimos cerca de la autopista a La Plata con cinco hermanos, soy el mayor, algo
tengo que llevar”. “¿Nadie los ayuda?” “Cada tanto vienen de algún partido
político y nos dan chapas, pero se nos cae la casilla de tantas chapas… Necesitamos
comer, mis hermanitos ya no van a la escuela” “No te pregunté tu nombre”. “Me
llamó Simón” “¿Te gusta? ” “Una vez mi papá estaba tranquilo y me contó que mi
abuelo era anarquista y que por eso me puso ese nombre. Al rato ya estaba
borracho, y creo que eso fue lo último que me dijo”. “¿Robaste tanto para estar
en el calabozo?” “Los poli me vieron una vez haciendo lo que te hice a vos, y
me preguntaron si no quería laburar para ellos.
Les dije que no, si ellos nos viven cagándonos a palos”. “Y te mandaron
al calabozo…” “Sí, y no nos dan de
comer, porque si nos dieran de comer, voy preso lo que quieran”. “¿Querés que
te lleve a tu casa?” “No, me enteré que mi mamá tiene una nueva pareja, y yo no
lo veo bien, porque mi viejo es sagrado.” “¿Y ahora qué hacemos?” “No sé”. “Si
querés robame “ “¿Por qué?” “Porque yo ando en auto y vos ni tenés para comer” “La culpa no es tuya, es de
los que andan de saco y corbata” “¿Querés que te deje en algún lado?” “Sí, en
Constitución, tengo sueño y ahí debajo de la autopista tengo escondido un
colchón.” Arrancamos y se durmió. Al final lo llevé a su casa. Paré a un
costado de la autopista y lo vi correr, su mamá salió a abrazarlo.
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