Ha echado sus pesadas anclas y la esperanza se detuvo en mi
camino. La valentía de no morir al despertarme se va esfumando con la tarde de
otro día perdido.
Hay desmoronamientos y sus polvos se resisten a un viento
sanador: parece ser que siempre habrá un cercano epílogo y un atento dolor
estirando sus brazos
Las noches ya no me invitan a conocer su sabor, destapan
estrellas, brindan amaneceres, las lunas resplandecen en otros cielos. Yo cada
tanto soy un relámpago, lejano.
El mundo gira demasiado rápido y yo ando quieto. No detecto
las líneas del horizonte. No puedo verle los porvenires al futuro, sólo abundan
mí vista los absurdos de lo importante.
Voy mientras enfriando mis manos, acomodando mis huesos,
desalojando mi último pensamiento. Con el corazón en terapia nueva, me siento
en el sillón a cobijarme con la nada, a esperarlo.