miércoles, 29 de septiembre de 2010

Mara

Tu tiempo era de cristal. Estalló infectado de pasión. Vigilé horas eternas el color de tus fluídos, y fue mi música incierta los ruidos en pantalla de tu corazón. Entre cables y agitaciones, intensivas terapias sin respuestas, te miré como si murieras y entonces juré tentaciones. De decir por fin que somos un virus de los dos, que se sufre por no ser otros y morimos sin nosotros. No movías pestañas y tu cuerpo eran sábanas. Tu cabeza estallaba…. Y estaba yo, sin tanto llanto, escuchando que te quedabas.
Una furia de tus conocidas entrañas trastabilló a la muerte. Y me llamaste y vinimos los dos a decirle que un amor así, no se mata de repente.

Ampollas

Verte me da ampollas y se me crea urticaria. Maldigo los años de más y de menos. Por más que haga lo imposible con lo posible, soy cada día parte del cesto de tus olvidos.

martes, 21 de septiembre de 2010

Traidores

El insistente tiempo te hace lento. Se pueden hacer millares de obras, pero no hay mayores universos que detecten tu movimiento. Y sin embargo danzan cerca tuyo los traidores, subalternos de esta especie malograda. No se saben qué buscan. Creen ser plenos por adueñarse de tus supuestos merecimientos. Pero todo es el reino de la nada, y mientras peleamos por miserables porciones de sustento, se van renovando, incesantes, humanas bandadas.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Sin sangrar

Sabemos que no hay desastre mayor que vivir. Sin embargo me envuelve la risa de un amigo, mis dedos rozan dedos, y no se sabe bien el motivo pero estalla la carcajada. Pero es siempre lo mismo. Yo me imagino queriéndote, y vos nada, eligiendo el desconsuelo de otras horas derrumbadas. Seamos felices sin las malditas perdices del desamor. Seamos conscientes de que el amor es de repente y que mientras tanto nadie sangra.

martes, 14 de septiembre de 2010

Rutina

El mundo es bueno porque me miraron sus ojos. Aunque sus ojos sean un derrame de dolor, y yo sea la insignificancia de volverme rutina y no entender.

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Delirium

De perros, la vida debe acomodarse entre perros. Abrazarse a ellos, ir a trabajar con ellos, rascarse la panza para que sepan que estamos aburridos, revolcarnos y que la cola se nos agite para irnos. Perros geniales que nos lamen sin preguntar si es necesario preguntar tanto. Perros que con sus bocas entreabiertas saliban felicidad porque los perros son felices cuando se les ocurre. Cada vez menos me parezco a los de dos patas, que cagan sin avisar.
* * *
Esquirlas de pasados que no fueron. Inventos de una vida que se ahogó. Fuentes embriagando ausencias, incendios sin fuegos, ráfagas sin aire. La pálida emoción se adormece, letargo sobre letargo largo, días que se empecinan. ¿Qué es lo que quiere mostrar el tiempo? La impudicia del desgarro. Ansiada es la noche que envuelve en el sueño, y que nos cuenta el cuento que no es.
* * *
Estoy feliz de no estarlo. Me derrumbo en el sillón y mi perra me acaricia y me dice que no hay que dormir todavía. ¿Por qué? Porque dejé un libro sobre otro y están haciendo el amor. Fornican los libros y es un placer ver la prosa besada por el verso. Procrearán los libros millones de libros para que se atasque el pensamiento. Se me hace ruina la memoria. Estoy entendiendo que nadie entiende. Muy bien, pero ya ni hay chicas intelectuales.
* * *
Dicen por ahí que no hay tiempo para nada. Y a mí me parece que algo grave está pasando porque a los segundos de mirar el reloj, ya estoy en otro día. Me crecen las uñas de una rato para otro, y ni hablar del pelo y la barba. En este instante que escribo soy un hombre maduro, pero por la mañana mataba soldaditos de juguete. Tuve aplausos y al minuto el olvido. La fiebre del amor apenas es un silencio. A última hora temo que todo mi pelo sea blanco, y que al amanecer lloren sobre mi cama mis deudos.

Ultimatum

Expulso en un último intento las cenizas. Me abrazo al árbol fresco y el aire aún inventa torbellinos en mi cabeza. Agarré la vida antes de que caiga. Aprovechemos aún, que está distraído contando penas el destino.

La especie humana tiene recodos, rincones improbables donde la luz derrama su cansancio. Hay sonrisas que abarcan a buenos e impostores; los residuos se hacen flores, se abre paso insolente, un camino.

No quiero vivir vivando, no quiero vivir callando. Que el porvenir que está pasando no me permita el olvido, ni renegar en vano. Que sea una brisa que susurra lo que el mar va murmurando. Que pueda avivar el fuego, para encender la ternura y hacer arder los desencantos.

Una rima que me lleva, un amigo que me brinda, una mujer que me trae, a dormir llego tarde. Grito en la tribuna y grito por la hambruna de los conjurados al desmadre. Es muy frágil la conveniencia de mirar para otro lado. Es tenaz la conciencia: no seré pasivo horror, frente a la rutina del desastre.

Desideratum

Habrá gente decente y demente pero presente
Habrá gente consciente de repente y sonriente
Habrá gente competente y habrá gente delincuente
Habrá futuro suficiente para inventar un repelente
Y habrá gente pertinente para matar al gerente
Que miente

Memo el inolvidable

Siempre daban ganas de abrazarlo a Memo. Porque en ese abrazo uno celebraba la felicidad de una tarde con Defe, de amigos, de ascenso, barrio y fútbol, de sol y triunfo, de ilusión. Porque Memo era todo eso junto. Y su inolvidable grito de un “dale de” sin final, inaudito, único y hasta envidiado por las otras hinchadas, era el verdadero pitazo de que el partido había empezado. Qué tribuna se está armando en el cielo con Marquitos, el Gordo Toti, el otro Gordo Cacho, el Flaco Ritacco, Altieri, y ahora Memo, que bailará eternamente su carnaval sin esos compromisos terrenales que obligan a esconder la sonrisa. Memo era de comparsa y fútbol, de Saavedra y Defe, de llanto y grito. Llegó un momento en aquellos tiempos donde el ascenso le robaba la tarde al sábado, que Memo iba de visitante como pancho por su casa, y se metía de gorrito rojoinegro en bufetes extraños, y ahí se quedaba campante haciendo la previa ante la mirada respetuosa de los locales. Como antes, como era antes, Memo no toleraba la ausencia de códigos y a los irresponsables no los perdonaba. Alguna vez devolvió una bandera ajena obtenida por algún arrebato. Qué dijeran lo que dijeran, a él no le importaba. Era capaz de darse toda la vuelta, treparse al alambrado y restituirla. Pero también era capaz de abrirse la camisa para ponerle el pecho a algún ataque de grupos contrarios, para defender los trapos propios y esencialmente, a su gente. Pero de todas maneras Memo era un tipo que gustaba saludar más que pelear, besar más que atacar, separar más que agredir. Memo era un pintor de brocha gorda que aprovechó para pintarse para siempre su corazón de rojo y de negro. Su amor y lealtad por Defensores, su enorme pasión que provocaba que quedara temblando un rato después de cada partido, serán dificil de olvidar. Porque no se te olvidará, Memo. Tu inacabable grito retumba, va y viene, es el eco de los que no terminan de irse nunca.

El tren de la victoria, el libro de Cristina Zuker

Anudar recuerdos con otros recuerdos gracias al hilo de una obstinación inquebrantable por la verdad. Cristina Zuker –la pequeña mujer que continúa descorriendo velos– acaba de reeditar El tren de la victoria. La saga de los Zuker (Del Nuevo Extremo), que contiene un nuevo capítulo –seguramente provisorio– a modo de epílogo de esta crónica familiar y política con los ingredientes de una “tragedia” generacional –exilio, regreso y muerte– sobre el telón de fondo de la última dictadura militar. Su hermano, Ricardo, Pato o el Patito –como lo conocieron sus compañeros de militancia de las UES y en la JUP de Derecho– fue secuestrado el 29 de febrero de 1980 durante una cita en las inmediaciones de la estación Plaza Miserere junto a su mujer, Marta Libenson. Ambos integraban la Contraofensiva montonera. Estaban convencidos de que debían luchar contra la dictadura. Cargaban sobre sus espaldas con la pesada mochila de los compañeros muertos. Los llevaron a El Campito, el centro clandestino de Campo de Mayo. Los fusilaron unos meses después, en diciembre.

Han pasado siete años desde la publicación de esta obra indispensable para comprender los pormenores de esa época de exterminio y derrota. Después de las lecturas y repercusiones, el teléfono del departamento de Cristina trajo nuevos testimonios. El Lolo la llamó para contarle que había visto a Pato. Viajaron juntos en el mismo micro de San Pablo (Brasil) hasta Retiro. Fue el último en ver a Ricardo “antes de ingresar en el país del nunca jamás”, recuerda su hermana en el epílogo titulado “Treinta años después”.

Treinta años después de la desaparición de Ricardo se presenta la reedición de El tren de la victoria hoy a las 19 con Horacio González, Eduardo Jozami y Pepe Calcagno en la Biblioteca Nacional (Agüero 2502). Y casi treinta años después volvió a sonar el teléfono. Una mujer quería hablar con Cristina. Tenía una historia para contarle. La única condición que puso fue que su nombre no trascendiera. Esa mujer tenía doce años a fines de los ’70. Su madre había sido pareja del militar Roberto Neri Madrid, que perteneció a la Caballería y trabajó en Campo de Mayo. Era un tipo que bebía mucho, una bestia sanguinaria que supuestamente se pegó un tiro en los ’90. “A veces caía con cosas: con documentaciones ocultas, pero a mí nunca me las dejaba ver –reproduce Zuker el relato de esa mujer–. Una vez mi mamá me mostró una, que tenía la fotografía de tu hermano, contándome que era el hijo del actor, ‘el Patito Zuker’. Estaba oculta en uno de esos ceniceros de doble fondo que había por esas épocas. Vi otros documentos de identidad, pero nunca supe a quiénes pertenecían. Recién cuando se emborrachaba, decía que todas esas cosas eran de subversivos que habían entrado desde Brasil, y que los tenían bien guardados.”

La madre y la hija declararon en el primer juicio que se llevó a cabo después de la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. “Tuvieron que vencer el terror de presentarse a declarar, estar ante el juez (Ariel) Lijo, contar las dos una historia patética de castigo, de maltrato, de violencia. Tuvieron que huir de la casa de Madrid, se llevaron lo puesto. Pero pudieron vencer ese miedo irracional que queda del castigador, aunque él se haya suicidado”, subraya Zuker.

–¿Qué reflexión puede hacer de lo que significa el testimonio de estas mujeres?
–Todavía hay mucha gente callada y con miedo. El pacto de silencio se trasladó a ámbitos más amplios que la casta militar. Frente a los juicios que en este momento se están llevando a cabo –ESMA, Córdoba, El Vesubio– deberían aparecer más testimonios, así como aparecieron estas dos mujeres. ¿Cuántos más podrían hablar? Mientras vivió mi padre tenía la esperanza de que alguien se acercara para contarle algo. Pero no ocurrió; era más fácil por haber sido un actor popular, porque no era tan difícil localizarlo, trabajaba en teatros, en canales de televisión. Nunca apareció nadie que pudiera aportar datos sobre mi hermano. Fue muy fuerte para mí presenciar esos testimonios, sobre todo el de las dos mujeres. Sentí un poco de pudor porque ellas estaban desnudando un aspecto de la intimidad de sus vidas con ese hombre de una violencia demencial. La hija me decía que estaba súper tranquila antes de declarar, pero tenía miedo por cómo iba a reaccionar su madre. Sin embargo, cuando declaró, temblaba como una hoja, se puso a llorar; la madre, en cambio, tenía una serenidad enorme cuando se refería a esa situación de violencia de la que habían sido víctimas. Hay mucha gente que no habló, que no habla. Y que prefiere no hablar.

–Ante esa decisión de no hablar, ¿qué se puede hacer?
–Lamentablemente ese pacto de silencio es inalterable. Cuando escuchás a Menéndez o a Videla ratificando lo que hicieron, te das cuenta de que hay una muralla muy difícil de trasponer. Ahí estuvo el “acierto”: en comprometer a todos, en conformar una suerte de corporación del crimen que incluía sin duda a las mujeres de los marinos. ¿Acaso esas mujeres no sabían que existía la ESMA? Sí que lo sabían. Y se hacían las tontas; algo que suelen hacer mucho las mujeres. Y más las mujeres de militares. En el caso de que pueda aparecer gente que se anime a hablar, sería más bien la excepción que la regla. En el final del libro planteo que la mayoría de los agentes civiles de inteligencia, que se infiltraban en fábricas, organizaciones sociales y facultades, siguen en el anonimato.

Cristina le pasa facturas a la conducción montonera. Le cuestiona una falta de visión política, la precariedad intelectual, el autoritarismo y la soberbia. “Lo que tengo siempre muy claro es que a mi hermano lo mató el Ejército. No los sobrevivientes de la conducción –aclara–. Cuando uno lee a Primo Levi, cuando lee Los hundidos y los salvados, cuando se instala en ese infierno a través de la lectura, debe volverse más generoso con el sobreviviente. Yo hice una investigación sobre Norma Arrostito en la ESMA y estuve con todo el ministaff, un grupo de ex montoneros más cercanos a los torturadores. Me contaba uno de ellos, Caín, que en un momento salió una compañera y le dijo: “¿Sabés qué hice? Entregué a Norma Arrostito”. Entregó a Norma Arrostito pero al día siguiente la trasladaron. Era una ruleta; habiendo entregado a una figura como Arrostito tal vez aspiraba a vivir. Pero no vivió”.

–¿Por qué cree que Firmenich no se hace cargo de la parte que le corresponde en esta historia?
–El paso a la clandestinidad de Montoneros empezó a marcar la masacre. Firmenich tiene mucho más responsabilidad que la que le corresponde sólo por la Contraofensiva. Con la Contraofensiva puso la música de la derrota, hizo un cierre casi operístico. Firmenich es lo suficientemente soberbio como para eludir asumir su parte en esta historia. Los militantes que se sumaron a la Contraofensiva estaban muy debilitados en el exilio. Muchos arrastraban otras muertes, como mi hermano con la muerte de nuestra madre, y no habían logrado insertarse. Y ellos fueron carne de cañón. La aventura de la Contraofensiva tiene tantos detalles que si uno los analiza minuciosamente son inverosímiles, como que el entrenamiento militar se haya realizado en el Líbano. ¿Por qué en el Líbano? ¿Qué situación se jugaba en el Líbano que se asimilaba a la que iban a encontrar aquí? Por todo esto tuve la tenacidad de reeditar el libro. No tengo ningún otro tipo de apetencia más que sostener permanentemente el recuerdo de mi hermano.

Página 12

Mi equipo, mi magia (escrito el 22 de agosto)

Son las tres y media de la madrugada y vuelvo de la madrugada. Estoy contento, inquieto, tengo ganas de contarle al sueño que atrapé despierto una de sus aventuras. Antes de dormirme debo decir que una de mis felicidades es feliz. Defensores está feliz. Es que juega casi como los misteriosos dioses que me envolverán dentro de un rato. Mi querido Defe por momentos tiene magia, encanto, canto, y cuando se le cansan las virtudes se arremanga y se tira a los pies del rival como si pelear una pelota fuera lo último que quedara.
Es un sueño con los ojos bien abiertos gritar el ole, ole, después de tanto, será desde de la época del Gaby Pereyra, o será de antes, con el ascenso al Nacional con Cochas y Gómez Barroche, o será de cuando estuvimos por ascender a Primera con Ronci, Galbán y Arbelo.
Hacía bastante tiempo que no veía la abrumadora superioridad de un equipo sobre otro, como ocurrió con Defensores ante un asombrado Almagro en el primer tiempo. Defensores no deja imaginar nada al contrario, es un mala leche, un aguafiestas, tiene cero onda con el rival porque le afana toda idea, se la rompe, y con esa obsesión que tiene de quedarse con la pelota, cuando la consigue la acaricia de aquí para allá y sino mete el estiletazo para el Bello Despierto Giménez, que baja todas, o cabecea todas, o hace lo que puede pero siempre jode a los rivales. Ayer pasó que pelotas que tenían dominadas los defensores contrarios, las perdían finalmente con el Tanque de puro susto nomás de cómo se les venía.
No voy a calificar esta vez (los números son inciertos), pero me permito hacer algunas consideraciones. Me parece que Defensores es así: estudia al rival hasta el cuarto de hora; después pone en marcha sus deseos, y tritura. En la primera parte de hoy apenas fue un gol. Pero su dominio fue un escándalo.
Sobró o se relajó al principio del arranque, y Almagro se vino con lo que pudo. Fueron casi 20 minutos de inquietud. La blasfemia mayor a la justicia hubiera sido un empate del visitante de José Ingenieros. Pero Della Picca, hizo, como nunca antes, tres cambios seguidos. Decíamos en la Techada que hacía falta alguien con buen pie para volver a manejar el ritmo del partido. Y entraron “Redondo” Sommariva, “Vaselina” Becica, y se dio el debut del “Maguito”González. ¡Tres pares de buenos pies! Se acabó el partido. Apareció el ole, y el segundo gol y la resolución de la jornada.
Los que entran mejoran; al fin después de tanto hay recambio y hambre, y nobleza por ganarse el salario en la cancha. Y los hinchas estamos felices… Aún en la madrugada.
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domingo, 5 de septiembre de 2010

Entre agonías

Hay que soñar antes de que despierte. Y en la vigilia me abrazan mezquindades, complicidades que no me importan. Hay que escuchar rock y blues, y a algunos clásicos, y revolcarse de felicidad sin felicidad. Respirar a fondo, el fondo, y antes de matarse, reír, y besar una boca y si no se puede pensar en una pared blanca sin nada, que la ráfaga acabe de una vez para siempre con lo que nadie escribió. Pero entre agonías vuelvo, para decirte que no te amo, que no sé qué hago escribiendo ésto, y que se acabe pronto estar despierto.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Baguala del desengaño

Dónde, decime dónde
lo encuentro al hombre lo quiero hallar.
Ay, ay, ay....

Lo busco en los caminos
...y en los montes tampoco está.
Ay, ay, ay...

Dicen que es una estrella
que muy cansada no alumbra más.
Viento que se hizo brisa
quedó sin fuerzas para soplar.

Dónde, decime dónde
lo encuentro al hombre lo quiero hallar.
Ay, ay, ay...

Dicen que es ave herida
que no puede volar.
Animal que está viejo
deja la lucha no aguanta más.

Dónde, decime dónde
lo encuentro al hombre lo quiero hallar.
Ay, ay, ay...

El hombre es un cerebro
que no obecede a su corazón.
Tiene miedo a la lluvia
y en la oficina le escapa al sol.

Dónde, decime dónde
lo encuentro al hombre lo quiero hallar.
Ay, ay, ay...

Dicen que en la ciudad perdido
dicen que se enterró
entre cemento y fierro
dicen que el hombre ya se murió.

Quiero encontrarlo y busco
y porque busco quiero creer
pero mis ojos lloran
están nublados no puedo ver.

Dónde, decime dónde
lo encuentro al hombre lo quiero hallar
Ay, ay, ay...

R. Barrionuevo