sábado, 20 de agosto de 2016

El dolor de los Juegos


No pude gozar del todo los Juegos Olímpicos. Vibré con la heroicidad de Del Potro, con la bravura de los Leones, me asombré con la rapidez de Bolt y con el hombre pez apellidado Phels. Pero no puedo celebrar, no puedo. Hay millones de hambrientos de Brasil a los que se ha tapizado de abandonos para poder gastar estos miles de millones. Mientras, yo, ustedes, nosotros, sentados y cruzados de piernas en un sofá, gozamos. Algo no está funcionando en la especie humana que se dedica a mortificar a las tres cuartas partes de sus congéneres. Brasil acaba de dar un brutal golpe institucional derrocando sin causa a una presidenta elegida por una mayoría, pero todas las señales de TV dicen que Brasil es una fiesta. Cada disparo de fuegos artificiales son diez mil platos que se quedan sin comida. Durante el Mundial de Fútbol de dos años atrás, Brasil construyó un estadio en pleno Mato Groso para que se jugara un solo partido. El costo de ese estadio fue de 20 millones de dólares, que traducidos a una humanidad consciente hubiesen sido miles de viviendas y puestos de trabajo. Hoy las alimañas y la vegetación desbocada disfrutan ese otro monumento de la tragedia brasileña y humana. Los Juegos deberían realizarse en países poderosos para que por lo menos devuelvan algo de lo mucho que nos han sacado a los de por acá, y a los africanos de por allá. Solamente esos países de abundancia en sus tesoros pueden realizarlos. Basta de una vez por todas de agravar la desolación de un pueblo para que vuelvan a robar los que siempre roban y para que el oprobioso capitalismo siga vendiendo y el establishment mundial siga rodando y nosotros aprobemos bien cruzados de piernas en un sofá.

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