lunes, 5 de marzo de 2012

Gustavo en el Parque de la Memoria


Las gotas resbalan con urgencia por el granito de mi nombre. Llueve y escucho el vaivén de un río que simula adormecido, pero que mece rabioso su vientre henchido. Nadie sabe que yo me miro impreso en una pared que muchos tratan de ignorar. Camino empapado de olvido por este parque que tiene cercanías con mi infancia, con aquella realidad tan breve ahora que miro desde mi eterna morada del silencio. Es aquí en el silencio el lugar natural de las cosas y es aquí dónde he vuelto con mi cuerpo partido por esta tierra hostil, depósito último para la mortífera raza humana. En mi inmenso silencio que todo lo abarca, puedo asegurar que he compartido lejanos espacios donde el pensamiento es una letanía que se descompone en nuevos amaneceres con mares piadosos y cumbres a las que el mal no llega.
Pero llueve y veo mi nombre en la pared que es lo único que pueden ver de mí si es que quieren ver. Tantos nombres impresos en la piedra como si la piedra fuera a reaccionar. Pronto nada más va a fluir y seremos todos la piedra.

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