sábado, 31 de diciembre de 2016

Jacinto no sabe de felices


Jacinto ni sabe qué cosa es Papá Noel. Hacinado vive en la Villa 20 de Lugano y a los diez años tiene la rutina de visitar el calabozo invitado por policías disfrazados de personas. El hedor suele desbocarse hastiadas que están las napas de contaminación. Es ahí cuando no aguanta más Jacinto y sale y se disfraza de pistolero, y con un revólver de juguete corre para el centro de Buenos Aires a robar un celular que después lo vende en la villa por apenas unos pesos, aún el teléfono sea del último modelo. Y con el dinero va Jacinto y compra su droga barata y va y se olvida de todo y sueña sueños feroces a veces: se vienen encima sus caras amigas escupiendo pulmones desde el cementerio privado que tienen en el cementerio de autos.
Pero Jacinto a veces se duerme de verdad y sueña cosas lindas. Sueña con papá, no él, se aclara hasta en el  sueño rememorando a ese tipo de disfraz rojo que vio mentir fantasías en la puerta del shopping. Con su viejo sueña, que sabe que volverá de la zafra de Tucumán o de pisar uvas en Salta para hacer el vino patero que después trae y todos prueban. Y sueña que va a venir con plata para poder comer. No sueña con regalos porque nunca le regalaron nada, salvo esa camiseta de Boca que tiene puesta y que se la dio su mamá después del revuelo que se armó cuando los echaron del predio Papa Francisco. La policía daba palazos y la gente dejaba tiradas sus cosas. Y la madre se la encontró hecha un bollo. 
Se preguntó Jacinto si el Papa tiene que ver con el otro Papá, Noel, tal vez sí se respondió, porque Francisco también anda disfrazado. Y se parecen porque nunca ninguno de los dos irá a visitarlo. Cómo les gustó estar en esos terrenos nuevos a la mamá y a los hermanos de Jacinto, y a Jacinto también, si hasta jugaron al fútbol y estaba tan lindo, no había olor. Hasta que vino la policía. Por qué será tan mala la policía, una vez quiso saber  Jacinto, y su mamá le dijo que lo que pasa es que están envidiosos, porque saben los que les dice el cura que va a la villa: "el reino de los cielos será de ustedes". La mamá de Jacinto es creyente, por eso se enojó cuando Jacinto le dijo que el Papa Francisco no servía para nada por haber dejado que los echaran del predio que lleva su nombre. La mamá le dijo que el Papa no puede estar en todos lados como el Señor sí lo está.
Jacinto tampoco entendía de qué estaban disfrazadas esas personas que ahora desaparecieron y que cuando pegó la poli ahí estaban, excitadas, con unos cables y unos micrófonos, tan bien vestidas, haciendo gestos a unas cámaras. Ese será el disfraz de la mentira, imaginó aquella vez Jacinto, cuando escuchó los disparates que decían. Se acuerda de una rubia que se enojó y empezó a insultar al aire porque sus finos tacos se hundieron en un charco. Y nosotros qué tenemos que hacer, maldijo entonces Jacinto, los tenemos que matar a todos porque vivimos hundidos en la mierda.
Allá muy lejos volverán a sonar los estampidos de Navidad o del Año Nuevo. Pero Jacinto sólo pensará que es la policía que anda de ronda. Porque no sabe de felices. 

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