Un escándalo su mirada, pero su fuego fue el lengüetazo que muere rápido bajo las mantas. Lo sabía. El amor se me configura en ráfagas apenas audibles y se va. La soñé después: los mejores momentos de la vida pasan dormidos. Yo la seguía derrotado pero aún así ella se detenía, y en el descarado guión de los sueños, por mí hasta arrancaba una silla con violencia de un bar para que conversáramos. Conmocionado le iba a balbucear un poema pero de golpe no vi más esos rabiosos y velados ojos. Me contentaba con su rodete rubio, su fina nuca como sendero amoroso. Pero ella empezaba a atender su teléfono y hablaba en voz baja y miraba encandilada hacia bajo y se iba encogiendo y yo le quería decir algo pero nadie me oía: la escena se hacía gigantesca yo gritando sin que me escuchen. Y ella ya nada en una silla vacía.
No dejamos nunca de ser breves
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