sábado, 27 de marzo de 2010

Reptiles

Hay hombres y mujeres que son reptiles. Se deslizan y te pasan la lengua por debajo de la mesa todo el tiempo para tantearte. Andan enroscados y pálidos mostrando sin demostrar. Ríen como iguanas falsas para que les des lo poco que te toca, y se lo devoran. Y van hacia otros y engullen y viven de la cadencia ajena. No se animan a nada, pero hacen un arte con el distraído que mira al sol o a un estrella para quitarle la bebida que no tienen. Suelen ser pálidos y se enamoran de los que se enamoran para no gastar esfuerzo. Acechan como desvalidos para robarse quimeras ajenas. Degluten de otros, son verdes que nunca maduran y te pican todo el tiempo y el mundo es un sufrimiento por culpa de ellos. Nunca piensan sobre el significado de una verdad para no exponerse en la vitrina que impone la sociedad a los que se arriesgan. Y por lo bajo, siempre rodando, piden escarmiento, gozan con el dolor, el horror, el fracaso de los pobres señalados. Agazapados esperan tu desesperada confesión, para erigirse en jueces piadosos con el sermón amarillento. La mujer reptil toma colores del semblante del hombre que va a atacar, se sumerge en las certezas incompletas de la presa y lo latiga con lenguas que apenas si mueven el líquido mínimo de la desazón. Porque las reptiles nunca llegan a caer con nadie en el ínfimo instante de la inimaginable alegría. El hombre reptil anda apurado con branquias exhaustas porque respira el aire sucio y al ras de su andar retorcido y subterráneo.
Arrastrados siempre, especie que se provoca su propia náusea, especie que se aparece y parece pero no es. Escapad gente tierna, que los reptiles están bajos tus pies.

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