sábado, 11 de diciembre de 2010

Que me bese

Tengo una rareza en la sangre. Pasan los años, las sangrías, los muertos, tanto fracaso querido, el desierto, el cuerpo mutilado, el deshecho, derrumbes cotidianos, pero mi sangre fluye, recorre, y sigue, alborotada. Soy capaz de levantarle la estima a la piedra, y al opuesto, esa mirada clara tan inasible sostenida por pieles incesantes. Sé que soy el destierro, pero vuelvo si eriza una poesía, y si un escote se hace cima al vislumbrase entre las rimas. Pero como siempre, el testigo del minuto que no para, cuenta que no es nada. Felicidad acabada soy yo. Reír es un minuto menos, llorar, lo mismo. Vamos del brazo con quien sea, pero que al llegar me bese.

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