domingo, 7 de agosto de 2011

Chau, Claudio Díaz


Qué tristeza, qué vida es esta que se mueren enseguida los buenos y andan desquiciando sin descanso los malos. Cómo es que te has ido, Claudio. Cómo es que dejen de iluminar los días esos ojos celestes que abrumaban de bondad a los seres, las cosas, cada minuto y sus simplezas. No podés haberte muerto con todo lo que hacías falta. A dónde irán a parar las confesiones, los pedidos de auxilios, si no están tus oídos prestos, tus consejos, esa voz pausada con caricias. Tu andar calmo contrastaba con la solidez de tus pensamientos, tu vehemencia serena, esa firmeza en las ideas y los ideales que no negociabas ni por las mayores fortunas.
Erudito del peronismo, erudito de la erudición, escribiste grandes libros y hasta te moriste de risa siendo un pibe ganando premios en concursos de TV sabiendo lo imposible también de fútbol, esa otra pasión. Hubo también una tercera que fue el periodismo militante, porque luchaste constante como pocos por la utopía de la verdad, por la verdad más cruda y pura, aunque en eso se te haya ido un poco la vida. Fidel Castro en persona te entregó el Premio Latinoamericano de Periodismo “José Martí” por tus investigaciones en la Argentina que tanto amabas y que no querías que maltrataran.
Qué orgullo fue que me dijeras “te quiero, amigo”, que placer inmenso nuestras charlas sobre política, el gremio de prensa, el fútbol y las mujeres en esas comilonas que adorabas como buen sibarita. Qué desgracia haber estado tanto tiempo separados, desde que nos conocimos en una redacción hasta que nos volvimos a reencontrar en otra, 20 años después. Pero fuimos presencia aún en la lejanía. Uno siempre sabía del otro.
No quiero saber que estás muerto. Me niego. Me imagino escuchar tu voz, y la promesa de encontrarnos, de mirar el cielo de tu amado Morón, donde dicen que te dejaron, tras no entender la burda muerte que personas como vos no hacen falta en el cementerio sino en la vida. Porque la celebran, la honran y le dan sentido.
Chau, Claudio. El sábado juega el Gallito y el lunes haremos bromas si gana o si gana mi equipo, y me dirás “qué grande el Dragón” porque querrás verme alegre y que no sufra. Porque para eso estabas vos, dando la cara y sufriendo por todos. Y así le hiciste un hueco a la muerte que no perdona. Y menos a los grandes como vos que le hacen sombra.

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