martes, 3 de junio de 2014

A 90 años de Kafka


Eras lánguido, con tus ojos desbordados de asombro y a pasos gigantes esquivabas los inviernos de Praga, mientras tus huesos crujían en la biblioteca del barrio judío.
Todos fuimos kafkianos soportando caricaturas de la cultura y bochornosos gobiernos que vivían su circo en Castillos construidos a nuestras espaldas, y morimos de verdad y tristeza en un Proceso donde al final la salida podía ser caernos de un avión o mutar del día a la noche en Desaparecido. Pasamos casi por debajo de nuestra puerta como desanimados insectos, tras la brutal Metamorfosis por un amor que nos dejó.
Los laberintos de esta vida en pendiente fueron ocupados con tus libros y tus cuentos y esas cartas que tanto amó Milena y que tu padre desdeñó.
Quién sabe qué dios quiso que tu amigo Max salvara tus textos. Hoy, a 90 años de tu joven muerte no debo olvidarte Franz, porque leerte fue saber que la literatura es la alquimia que transforma en ornamentosas las horas vacías.

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