domingo, 12 de abril de 2015

El amor

(De la colección decirlo en cuatro párrafos)
Creo que entre las incomprensiones de la humanidad, se ubica en un lugar de privilegio la consideración de la palabra “amor”, de lo que consideramos que es y no es. ¿Por qué solemos pensar en esa palabra únicamente cuando tenemos una relación profunda con otra persona, pero siempre y cuando en algún momento con esa persona compartamos la actividad sexual? Yo no tengo sexo con mi perra pero la amo, diríamos, para parecer bien humano. Amé, si se quiere, y hasta de manera inaudita, a dos amigos que por la inexistencia de dios ya no andan por acá. Amé a cada uno de los que me brindaron su cariño con una palabra, cuando me solté de las torturas profesionales de Clarín. Pero ya se me pasó, los quiero pero no los amo. El amor no es lo que creemos que es.
Lo que decimos amor es esa noche en la que como a Borges, nos dolió una mujer o un hombre en todo el cuerpo; en esa noche en que nos desvelamos rastreándoles cráteres a la luna, en la misma noche que escribimos ardientes, por ella o para él, incesantes versos sin métrica ni rima. Papeles que siempre supieron de su destino amarillento y de olvido. Es que si el amor fuera como creemos, viviríamos escribiéndole, sacándole fotos como le sacamos a nuestra perra, a nuestro equipo de fútbol, a nuestros amigos. Al poco tiempo, a quien llamamos amor, va quedando fuera de cuadro. El amor es una palabra que perdura, pero lo que no perdura es el amor.
Perdura la lucha, por citar un ejemplo. Hay quienes como Ernesto Guevara amaron principalmente luchar y a Hilda y Aleida, sus esposas, les dedicó, claro, esa inexorable noche de luna crepitante, y luego respeto, cariño y admiración, pero ya se tratan de tres palabras distintas. La escritora Simone de Beauvoir, se enamoró del filósofo Jean Paul Sartre a los 21 años y estuvieron cincuenta años juntos pero nunca se despertaron en la misma cama, ni bajo el mismo techo e hicieron ese verdadero amor que vale un rato con diversas personas. Tal vez sean casos extremos porque ella fue una ardorosa militante del feminismo y no se iba permitir servir a nadie, ni a Sartre. Y acabamos de mencionar otras dos palabras que no tienen que ver con el amor que creemos: enamorarse, servir. Gran parte de nuestra sociedad piensa en el amor aferrando como un prófugo al enamoramiento, porque sabe que la maldita luna se cubre rápido de nubes y a veces muy oscuras.
Sería fantástico que el amor fuera como lo pensamos. Andaríamos besándonos todo el tiempo olvidándonos del tiempo. No habría manera de pensar en hacer el mal. No habría mentiras de amor…

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