domingo, 1 de noviembre de 2015

Fantasmas en la Noche de los Museos

De tanto bochinche, los fantasmas despiertan. 
Por la noche de los museos, cuando mucha gente junta husmea hasta la madrugada, las sombras quedan alteradas y salen a circular ante cualquier crepúsculo que llega, y se tropiezan y se inmiscuyen y discuten, y la nada ha perdido su paz, siempre maldita.
Así pasa por caso en el Museo Haroldo Conti de la ex Esma. Se las ve nauseabundas por los fondos junto al almirante Massera balbucear una y otra vez la Carta a la Junta de Rodolfo Walsh, mientras el capitán Chamorro arrastra un atril donde balbucea el último mejor discurso de su comandante. Más acá, irreconocibles marinos le ponen dulce melodía a las páginas de El Capital de Carl Marx, y más allá, otro grupo de fantasmas tan blancos, ora a una imagen del Che.
No muy lejos, en el Planetario, los meteoritos en exhibición intentan de nuevo orbitar, pero chocan y no se atreven con tantos pensamientos que salen a volar de noche. Las tres marías se desprenden de la bóveda y salen a tomar fresco al Rosedal, y al final se animan a besarse entre ellas tras cruzarse con carteles macristas. La Osa Mayor deja de ser una constelación y se hace trans, y se hartan las estrellas que forman la Cruz del Sur y se van a una bailanta a cantar y hacen furor con sus lentejuelas.
Ha quedado todo muy trastornado después del sábado a la noche de los Museos. El desquicio se estira por Figueroa Alcorta. En el Malba el pintor Antonio Berni abre las puertas de sus cuadros a Juanito Laguna, que inmediatamente hace dedo hacia la Panamericana para bancar a su viejo metalúrgico, otro de los despedidos de la multinacional Lear. Ramona Montiel, la otra musa de don Antonio, se queda en su collage cada vez más bonita a hacerle compañía.
Cerca, en la Biblioteca Nacional, se anda despertando Evita que no sabe que no es más la residencia presidencial, que el palacio Unzué fue demolido y hoy es Biblioteca y estrafalario cemento, y que ahí están todos los libros y esos documentos que demuestran su martirio por tanto apego del General por los milicos y la CGT. Si hay libros planea Borges, y choca claro con el alma de Evita, pero los dos parecen perdonarse después de rodar por la barranca y encontrar Las Lágrimas de San Pedro. Su autor, El Greco, de paseo por el Museo Nacional de Bellas Artes, los invita a pasar.
Desde el Museo de la Recoleta parecen escucharse los ruegos de Bioy a Borges, que se fue del Cementerio a la Biela y desde ahí suplica que recuerden su odio peronista y su condición de agnóstico. No se oye muy bien, porque siguen peleando los fantasmas despiertos de Lavalle y Dorrego, y Rosas esta vez tampoco consigue laudar. Mientras, el caudillo Facundo Quiroga va de tumba en tumba pidiendo explicación por su muerte a traición en Barranco Yaco.
Ya no hay paz después de medianoche en la ciudad. En el Museo Gardel, Carlitos se queja de que su voz no llegue a los cien barrios porteños por culpa de las paredes del Shopping Abasto, y en el de Los Inmigrantes las almas furiosas bajadas de los barcos quieren que Sergio Berni no sea ministro de nada, y en el Conventillo, los espectros anarquistas piden la cabeza de Macri.
En los museos del Títere y de Magia hay algarabía. Ahora, hoy, todo es posible. Creen que nadie más podrá mover los hilos, y la muerte podría ser sólo un truco.

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