Tengo en mi humilde balcón una especie de orquídea de un día.
Resulta que en un instante hoy la vi nacer y corrí y la acaricié y me dijo que era
suficiente, que en un rato iba a morir. ¿Pero esta orquídea hermosa no será la
misma que nacerá dentro de un año? Tal vez la muy astuta se encierra en su follaje
para no padecer los ruidos espantosos de la ciudad y su desidia. Pero en este
día que se muestra, alguien le ha dicho que yo acudiré a admirarla. Lo natural
en el mundo se hace un nudo y se desarma al que lo quiere. La gente en tropeles que van y vienen, no tiene tiempo de mirar a una flor, calculan
mayores vidas pero vivirán sin conocer la feliciidad de esta flor de un día. Mi
orquídea es como yo, mi dicha es muy breve, y en seguida no estoy. Mi orquídea deslumbra como deslumbra
el amor, el tiempo corto que se permite,
y mi flor es sabiduría, porque no hay nada en la vida que perdure más que el
propio y saboreado instante.
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