jueves, 8 de septiembre de 2016

Gustavo celebra las condenas de La Perla, pero me dice que no nos olvidemos que ha empeorado la lucha por la liberación

No sé dónde tiraron los huesos de primo Gustavo, pero sé dónde vive: en mi corazón. Lo sé porque me lo agitaba estos días con el sentido de sus latidos. Después de cuarenta años los asesinos del gran centro de detención clandestino de Córdoba recibían por fin el definitivo castigo. No sé si los restos de mi primo Gustavo están en La Perla, en el Pozo de Banfield, de Quilmes, en la ex Esma, en el río… Me contestó con un tun tun en mi corazón que él vive igual en muchas memorias y que cada tanto sale a posarse sobre un ave que acaricia en la Plaza las cabezas de las Madres. Los 30 mil viven metidos en los corazones de muchos y no sé cómo hacen pero nos inyectan movilización cuando el horizonte se oscurece de renovados enemigos. Suben a veces a nuestra razón para que entendamos que no se puede ver de brazos caídos como la Patria vuelve a traficarse en una trata mugrienta, donde el pueblo queda condenado a la explotación. Gustavo y los 30 mil andan celebrando las condenas a los genocidas, pero apenas un rato, nos conmueven bombeando nuestros corazones para decirnos que se ganó una batalla pero que en la guerra por la liberación hubo reveses y que hay que alistarse nuevamente. Aún sin ellos, pero con ellos en el corazón.

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