martes, 20 de enero de 2009

A kafka, Obama le da lo mismo

¡Max, Max, qué se han hecho de mis libros!", excitaba sus po_
bres huesos Franz, mientras navegaba como siempre y descendía
como nunca en su nube con forma de escarabajo. "Max, Max, haz algo,
mis 829 volúmenes no pueden ahogarse en el Moldava". Franz Kafka
sabía a quien pedía lo que pedía. Su íntimo amigo Max Brod ya había te_
nido tiempo para contarle, entre las dulces brumas celestiales,
que hizo como que lo oía pero no quemó nada cuando antes
de morir en 1924 Kafka le rogó que mandara al fuego cada línea
escrita.
"Salvaste los 14 libros que escribí, y así, de obsecado, te sa_
liste con la tuya, y muchos, absurdamente, leyeron los afiebra_
dos textos de mi pobre existencia de 41 años. Pero hoy hay
que salvar a los libros que amé,esos que milagrosamente no
pudieron destruir los nazis ni los stalinistas. Unos me llamaron
autor indigno, los otros, símbolo peligroso del pesimismo. Ahí
están las obras completas de Gustave Flaubert, mis tan queri_
das guías turísticas ilustradas de Austria y París, la...".
Kafka había despertado agitado de una ensoñación: vio a su
Praga bajo el agua como otra consecuencia de un planeta he_
rido de muerte. Y como Max ya no lo contradecía, aceptó el deli_
rio. "Espera, Franz. ¿Cómo hago? El agua del río Moldava está
rodeando la gran biblioteca Clementinum, y son ¡400.000 sus
ejemplares!". Franz sonrió de repente porque justo pasó un ad_
mirador suyo y vecino de las alturas, Jorge Luis Borges, quien
creyéndole las desmesuras de lluvias caídas en Praga también
temió por ese inmenso "laberinto de anaqueles". "Borges --le
contó Franz a Max-- me dijo que cuando conoció Clementinum
de inmediato sintió y escribió que Dios está en una de las
páginas de sus cuatrocientos mil volúmenes".
"Max --insistió Franz-- yo no puedo bajar ni transformado en
mis páginas de La Metamorfosis, no te olvides de mi maldita
tuberculosis, tanta humedad...".
Max Brod quería complacer a Kafka, porque aún retenía la ira
de su amigo al enterarse de la gran travesura de salvar su obra
cuando se reencontraron en el cielo. "¿Y si llamamos a Ray_
mond Chandler, a Walt Whitman?" se preguntó con mucho
de inocencia Max. ¿"Pero qué tienen que ver esos grandes es_
critores estadounidenses", lo miró con asombro Franz.
"Ya sabes Franz --respondió Max con cierta timidez-- que en
nuestro tiempo nunca vimos llover así, aunque sí recuerdo una
gran crecida del Moldava de 1890, que vos contaste, creo, a
Milena, en una de las Cartas que yo, perdón, también publiqué
después de tu muerte. Vos mirabas al río desde el Puente Car_
los, que dicen que se va a caer, como derrumbar algunas ga_
lerías del Teatro Nacional y de las 800 cúpulas de Praga. Qué
tragedia, Franz...", seguía el cuento Brod.
Kafka pensó por apenas un instante en la célebre trama de
El Proceso que pergeñó, imaginando tal vez una indescifrable y
absurda condena a muerte de su ciudad, pero enseguida re_
cordó la rara propuesta de Max.
"¿Me explicas de una vez lo de Chandler y Whitman‡"? "Bueno
--arrancó timido Max--, tal vez ellos puedan comunicarse con el
nuevo presidente de Estados Unidos para que deje de fomen_
tar la destrucción del planeta. No sólo con sus armas, sino con
sus industrias y exportación de fluídos. Para que pare con la
morbosidad propia y la que induce a copiar. ¿Por qué es tan
grande la estupidez humana, Franz? ¿Por qué siempre man_
dan los menos aptos? Acá está fresco, Franz, pero al planeta lo
recalientan, vaya a saber el tiempo de vida útil que le están qui_
tando. Tal vez Raymond y Walt lo convencen y ya no va a llover
tanto, y se salvan tus libros, Franz, y también puede volver tu
gente, los 50 mil que tuvieron que abandonar el barrio judío de
la Ciudad Vieja".
Por culpa del discurso apasionado de Max, quien ya creía
fervientemente en lo que decía, Kafka recordó otra vez una de
sus obras, simplemente porque tenía muy presente aquella su
obsesión en tierra por vislumbrar algún sentido a muchos actos
humanos. Sin decirle nada a Max, repitió para sí unas líneas
de su libro El Castillo y se imaginó a Chandler y a Whitman
transformados en uno de sus personajes apenas identificados
con la letra K, lidiando con el espanto de un aparato burocrático
para entrevistarse con el flamante presidente estadounidense.
Estaba en eso Franz, cuando su nube preferida se le acercó.
Era Dora Dymant, el amor que por fin encontró en el último año
de su vida. Y dijo Dora: "Si tu obra, Kafka, pudo ver la luz a
pesar de vivir siempre enfermo, a pesar de tus sombríos pensa_
mientos, aunque tus padres rechazaran tu vocación literaria,
aunque te obligaran a ser un vendedor de seguros, aunque
estallara en tu sensibilidad una guerra mundial, aún en la depre_
sión de tus cinco intentos matrimoniales que fracasaron, y con
tu testamento de incendiar cada una de tus palabras, escucha
Franz...".
Y Franz no escuchó más porque había entendido. Volvió a
subirse a su escarabajo de algodón, y pensó en la belleza de
sentirse etéreo.
Unos norteamericanos al menos no iban a poder con Praga,
una ciudad con siglos de historia, cultura, misterios y el fantas_
ma de Kafka...
"Bush y ahora Obama, qué más da..." alcanzó a escuchar
Max antes de estirar de las puntas de una estrella para cubrirlo
del frío.

5 comentarios:

MAGDA TAGTACHIAN dijo...

celebro la llegada de este blog! y de estas nubes con forma de escarabajo. seguiremos leyendo, aunando poesías.

Anónimo dijo...

vivan Kafka, Borges, los artistas. El hombre político ya no tiene salvación. Miren en qué estado ha dejado al mundo

Anónimo dijo...

me gusto mucho, siempre amé a Kafka, Seguiremos leyendo, cada vez con mas ganas.

Anónimo dijo...

Gracias, agua de azucena, y aunemos entre tantas lejanías. Y recomiendo a todo el mundo el blog agua de azucena, es milagroso, descontractura...

nito dijo...

Hermosas las palabrasa volcadas en estos pensamientos. Lástima la avaricia de algunos seres humanos con poder, pero sitios como este blog hacen llenarme de ilusión en el ser humano, somo unos cuanto.
Por fin un blog en que puede leerse algo distino y hermoso