sábado, 23 de octubre de 2010

A Madres y Abuelas de Plaza de Mayo

Habrán sido hijos en la niebla, ese mundo inconcluso de los que pudieron ser. Sus padres estaban de planes, festejando al primogénito ya soñaban al hermano. Ellos tenían llamas en las pupilas y sus rostros eran porcelanas relucientes. La secuencia era la pasión por desmenuzar instantes. Repetían incesantemente las palabras justicia y verdad. Salieron a enfrentar al monstruo con las migajas del festín. Los mataron a veces abrazados, y otras veces de a uno jurando lealtad. Y los más chicos se quedaron por ahí, con suerte en la casa, con menos suerte por ahí. Hasta que llegaron ellas, mujeres eternas de pañuelos blancos parándose de frente ante la muerte negra. Y les pusieron piedras, y las mataron de bala y de dolor, pero siguieron buscando a los herederos de la gloria de seguir en vida, en esta vida. Se les vinieron los niños, niños grandes y más de cien, después del colmo de recobrar el sendero de migas que la espiga amiga les simuló.
Aún sobrevuelan cuervos sobre los pañuelos, siglo nuevo y sobrevuelan, ajados, patéticos, casi en coma, pero sobrevuelan. Faltan más hijos y nietos, faltan de nosotros, de los nuestros, para jugar en la plaza con juegos y palomas, para tener todas las caras nuevas de porcelana, para dejar de jugar con los muertos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me gusto mocho tu nota en prosa. Espero que alguna abuela la lea. Mara.

Anónimo dijo...

Resumiste los pensamientos de muchos. Honor eterno a las Abuelas.
Muy bueno y como Mara espero que alguna Abuela lo lea.
Nito