Andan mojados, embarrados, ofendidos, de nuevo olvidados,
marginados, se sienten descarte, que no son, que no cuentan. Del otro lado del
muro, los de buena posición gozan de sus lagos y piscinas. Más allá, donde se
estrella la gota en el fino cristal, en los de mejor posición aún, los
políticos, se maldice esta lluvia enferma que corta toda aspiración de descanso
en Europa, Punta, Pinamar, o en el propio spa de la casa. Y más allá de más
allá, en el medio de las inmensidades de una tierra que no debería pertenecerle,
el terrateniente fuma conforme su habano frente al ventanal, mientras mira como
su canal ilegal manda el agua a donde ni le importa.
Desde apoltronados sillones vuelven a contar cuánto ha
entrado por la exportación de ese
herbáceo transgénico que ha tirado a los tirados a la vera inmunda de cada río,
cada arroyo, expulsados de sus campitos donde supieron plantar maíz, tener
alguna vacas y un chancho gritón, y gallinas y trabajo y futuro. Todo el país
plantado de soja para que los chinos la coman, y acá se queden sin comer tantos
pequeños campesinos, mientras la tierra se retuerce de dolor fumigada por
Monsanto y mata al que se le acerque.
La lluvia voraz, nos mostró otra vez la tragedia argentina:
el notable desprecio de la minoría acomodada, por el resto…
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