martes, 26 de enero de 2016

El

Solo, solito, se sienta en el banco de la plaza solito y con la noche solita habla y nadie sabe qué dice.
Sonríe a veces como sobrando, y se enoja después por algo que la noche le dijo. Está solo solito en su mundo, no le importa el nuestro, y tiene ocasiones especiales para un saco rojo, y hay depresiones que terminan en madrugadas con nocauts de sus vinos viejos.
El no molesta, le contesta al aire que a veces le sale con cada cosa…. Una vez la otra gente que es mala le quemó sus cosas. Ahora él las esconde en un lugar que nadie sabe, es que siempre tiene que estar muy presentable.
Es que vienen de allá las visitas y el las recibe de saco azul sobre el cuero esperando en la plaza segunda, en las de los huéspedes. Nuevos amigos le aparecen de tanto en cuando por las incesantes miserias de Buenos Aires.
El acompaña y comparte instantes y vinos y ayuda en lo que puede pero mientras sigue hablando con su familia que no se viene. Y cuando al fin quien sabe quien se lleva a esa gente que no da más de abandono, el vuelve a andar por el barrio resolviendo cuestiones esenciales.
Prudente, con voz inaudible, con tiernos gestos va comprendiendo demasiado y entonces se aturde y se esconde. Pero de nuevo esta noche es rebosante.
El es hermoso como el silencio y se tira al pasto abierto hasta casi romperse para juntarse de una vez con las estrellas.

También lo he visto entre tormentas saca el primer gamulán y quedarse hecho un bollo bajo un banco discutiendo lo que nadie discute: la libertad.
M

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