lunes, 18 de enero de 2016

Pequeño manual del desasosiego

De niño no era feliz, pero mi piel encendida disimulaba. Uno debería ser niño y perro para ser inconsciente de la felicidad. ¿La adultez será ser el precio de haber sobrevivido?  Vamos pagando con la decadencia del cuerpo y del espíritu. No entiendo por qué no me parió la abuela de mi perra. La familia es un cuento de la religión, la sangre roja la tenemos todos, y los genes malditos son de humanidad. El día es demasiado largo para seguir vivo. Uno se aburre de ser uno. Benditos sean los que actúan y son otros, aunque ser otra persona  es el doble de dolor, porque digamos la verdad, en general y casi en particular los hombres y las mujeres somos malos, egoístas, materialistas, necios, sobrevivimos aturdidos en ciudades violentas con antifaces y auriculares, y si podemos nos vamos hacia el amor, como consuelo, pero puede ser peor. El amor apenas es un apego repentino y después es tolerancia, es que es mejor estar acompañado que solo, dijo el eslogan, y ahí andamos,  sin saber cómo soportarnos. Nada de lo que hacemos tiene sentido. Shakespeare no se enteró de lo que hizo, y tampoco Einstein y menos Van Gogh. En un par de siglos ni de ello se acordarán. Y están  los imbéciles que roban el poder y se creen astutos por despojar al semejante. En cualquier momento serán jaula cremada… Yo creo que lo mejor es partir con nuestro perro, qué más, nada más verdadero. ¿A quién querés más, a fulana o a tu perro? ¡A mi perro!

Mañana voy a volver a despertarme en un lugar que no me gusta. A que no me dejen otra vez hacer lo que me gusta. Tengo que llevar mi cuerpo a algún lado y no sé para qué. Tengo desconfianza y temor, temo a la gente, y lo peor es que insiste en ser única y transcendente en un planeta casi hinchado de polvo.    

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