sábado, 16 de enero de 2010

Encorsetados

Se me metió una mujer desde los pies. Intensa se zambulló a la noche por las uñas. Soñaba con ella sin cesar, pero mis huesos se retorcían. Desperté y ella ya iba nadando por mis venas, y se aprestaba a bucear en el corazón. Llegó para retorcerme de punta a punta. Me flameaba el pecho, y así, de a poco, mi cabeza empezaba a hervir. Me acordé de Borges cuando le dolió una mujer en todo el cuerpo. A mí se me metió una mujer en todo el cuerpo. Descartó visceras e ignoró horrores. Ella dejó caer su alma sobre la mía. Quedamos apretados como en un subterráneo de las siete. Cuando podemos mover la cabeza nos miramos con fugacidad, y los labios, ante algún sacudón, con temblor se rozan. Intentamos tomarnos las manos, pero no encajan. Por fin tengo ganas de no morir aunque no pueda verla, de tan agitados y encorsados que estamos, rectos y apretados con los corazones que ya intercambian arterias. Somos dos en uno. Ya no podemos ir a ningún lugar sin nosotros.

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