miércoles, 1 de julio de 2015

Cuando los libros se cansen de estar quietos

(De la serie Latidos Porteños) 

En Buenos Aires no amanecía. La gente con trabajo no sabía si salir a trabajar porque la noche no se iba. Se sentía la algarabía de los murciélagos en las terrazas de los edificios vacíos. Parejas de amantes volvían a brindar en la penumbra contínua. No salían los porteros a baldear, y los poetas se extendían en prosa. ¿Pero qué estaba pasando en la ciudad? En los medios ni se enteraban, absortos que estaban disputándose bajezas. ¿Pero es que no iba a volver la pereza de un nueva día, el desafío del espejo? ¿Y la soga que ciñe nuestra rutina? Porque la vida no será igual de noche siempre. No es lo mismo el sol que nos delata, que andar tentados en la sombra. Aparecerán donde nadie nos mire, caminos frondosos de oscuridad en los que amaremos más sin pedir perdón, y robaremos sin que nadie nos vea el pan que atraganta al rico. 
Desde las corporaciones mediáticas dirán a coro que no hay que creer lo que se ve y que ya es de día, que es una falsa alarma ya chequeada y que hay que salir a trabajar porque la Patria así se hace grande y el patrón también. Igual se venden sus diarios, se encienden sus radios y televisores, y las compañías telefónicas arman planes urgentes por si las dudas es verdad que no vuelve a amanecer, y nuevos celulares de pantallas infrarrojas salen a la venta en cuotas. 
Al poder concentrado le resulta oneroso que los días dejen de sucederse, y entonces de inmediato aparecen por todas partes escenografías con furiosos reflectores, en las que por ejemplo Marcelo Tinelli vocifera “!Buenos días, Argentina…!”. Desde un estudio cerrado recrean una nota falsa en la costa atlántica, y copiando mal un recurso fellinesco, se notará que el mar es de papel de celofán. Las autoridades policiales y de las fuerzas de seguridad, dirán que si la noche continúa, patrullarán las calles con más esmero, y un gobernador con aspiraciones pedirá bajar la edad de la imputabilidad al tiempo de la lactancia. Si es verdad que el alba se ha extinguido, propondrán que vuelvan a funcionar garitas en medio de las bocacalles, y policías fluorescentes aprovecharán para reordenar su propio tránsito: buscarán torcer el camino que conduce a la verdad sobre Luciano Arruga; la ruinosa arteria que quiere llegar a Julio López será definitivamente cerrada sin reparaciones, y la cortada que llevaba al vació eterno de Walter Bulacio, naufragará al fin tapiada de cemento macrista. Mientras, los curas enrejarán sobre las rejas sus parroquias fortalezas, por si los pobres, que duermen en sus veredas felices de seguir durmiendo, no vayan a despertar con hambre. Y las arcas de la curia desbordarán más de riqueza, vendiéndoles las velas de los santos a los feligreses que les van cortando la luz. No clarea pero los bancos abren igual y crean la noche de los bancos: como algunos no tienen qué hacer, una muchedumbre de incrédulos recorre las diversas plataformas en las que son esquilados. Un torbellino de equivocaciones empiezan a suceder. Hay quien besa por fin a la mujer equivocada, y dos hombres creen confundirse pero se van de la mano. La preocupación crece y más la de los muertos, que están más solos que nunca en cementerios cerrados. ¿Pero qué será lo que pasa?
De tan preocupados que andamos, nadie miró. El cielo se tapaba con miles de bibliotecas volando repletas. Nadie quería ver, nadie quiere leer. Algún día se iban a rebelar con tanto pensamiento adentro, algún día iban a volarse con tanto vuelo incesante apretado en anaqueles de polvo. Dios quiera que apenas sean sólo algunas las que andan volando en llamas: millones de letras encendidas podían entrar en combustión, dice un experto. Las tapas y contratapas se abren de par en par, las páginas se airean y dejan el amarillento olvido, los libros se hartaron de la quietud. Hay benditos que juran que se tragaron al mirar, alguna hoja desprendida. Serán a los que le ha vuelto el día.

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