miércoles, 23 de septiembre de 2015

Lo mejor es lo que no es

Me muero de amor en un segundo. O en los cien que la aventura eterna de mirarnos nos va agotando. Es la belleza un ave huidiza, nos deleitarnos la respiración en un ascensor, sentimos nuestros pasos caminado una misma vereda, la gigante emoción de un saludo tenue, mientras se abrazan las tristezas de los dos. Pero nosotros, uno por aquí maltrecho entre muchedumbres de soledades, y otro azorado metido en su obligado reino de las mezquindades. Somos fervientes amantes del simulacro, no queremos ser realidad y un primer disgusto. No hay mejor amor que aquel que no fue consumado: tenemos para contarnos lo que nunca nos diremos. El verdadero ardor no se consume igual que la llama eterna de los héroes. No se va a apagar porque nuestra memoria la mantendrá celeste, en combustión, como algo asombroso. Pero no hay asombros entre terribles días sin saber que pasaron, mientras cabecea el corazón cansado de la línea recta. Pero de repente es esta sensación que se hace presente para volver a imaginar el roce casual, o tal vez el mismo pensamiento que besa sobre la caída de una rama, pero preparándonos para celebrar como un cumplido objetivo ese instante mínimo del cruce de nuestras miradas.
No hay nada mejor que lo que no ha sucedido.

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