martes, 29 de septiembre de 2015

Luna roja

Perdidos de la noche ven de nuevo la luna ponerse roja. Vuelve a eclipsarse Buenos Aires, como si ya no fuera suficiente el desengaño de los que ni pueden acariciarla corriendo su locura diaria. Pero hay quien dice que la luna sonroja de pudor por ese beso que no va a dormir, y está también el que jura que la luna ahora se pone así porque desde arriba se ve vez más la desigualdad. Hay quien cuenta que la luna también llora cuando se pone roja, porque es la que se cansó de este sol que no va a mojarse más sus pies con ella desde que Spinetta no canta, y la luna roja sobre el río negro apenas si se deja ver porque Cerati cerró el sonido a su dulce estrofa.
Esta luna es la misma que vio aquí al Che dar sus primeros pasos, y que por eso también se pone así cuando un 9 de octubre se acerca y se muere de nuevo la muerte de su querido guerrillero. La luna va a pedirle al cielo que abra sus compuertas de nubes para mostrarle al universo su amor redondo de cachetes encendidos por el mejor poeta de la lucha.
La luna ya no rueda como rodaba por Callao, porque se le apaga el coro de astronautas aplastado por el sonoro berrinche del tránsito, o porque la atajan las heridas de una ciudad a la que un intendente le robó su vieja corona de reina del plata. Ni Corrientes ya lleva al Luna, sin Locche, sin Monzón ni Bonavena, y es apenas marquesinas grasientas que se apagan tras el artificio de rubias divas taradas. Ya no hay amaneceres ni medias lunas ni café con leche ni más preguntas sobre el sentido de vivir. 
¿Quién no le cantó a la luna, quién no la miró de a dos, quién no guardó en esa esfera que lidera el ocaso del día el recuerdo de un amor partido? Borges estaba convencido: la luna es dudosa, pero allí pueden morar los sueños, lo inasible, el tiempo que se pierde, lo posible o lo imposible, que es la misma cosa... Ahora viene dudosa esta luna que anda cada tanto roja por un elcipse total dicen los noticieros, pero son los desatinos de este mundo que la ponen así y que maldice tener tan cerca. Un amigo que no acostumbra dormir de noche, no se sabe si alucinado o alunizado, jura que vio cómo se transformaba de ira la luna al contarle a las Tres Marías que en la burocracia del universo se traspapeló su destino de satélite, y que vino a tener la desgracia de caer acá, de cara a la tierra. Les señalaba a las mellizas estrellas aquella y esta otra guerra, y las Marías llorisqueaban.
Según el amigo, la luna enrojecida recordaba también aquella vez que los norteamericanos le pisaron el jardín y de cómo había temblado de miedo. Mis viejos volcanes erupsionaron, imagínense el terror que tenía, escuchaba mi amigo que la luna les decía a las lejanas estrellitas, que es así como se ven desde el sucio cielo porteño. Me clavaron una bandera, los vanidosos –seguía la luna-, pero yo creía que me venían a hacer la guerra creyendo que en mis entrañas había petróleo o guardadas armas químicas. ¿Qué si alguna vez me van habitar?, cuenta mi amigo que la luna repitió a los gritos la pregunta de una María. Y, no sería nada raro, contestaba mortificada la luna: un día los hombres no van a dejar nada en pie. Pero espero que para ese entonces el universo haya resuelto mi problemas de papeles y me de otro destino. Luna de Plutón o luna de papel, luna que viaje liviana entre inmensas constelaciones de silencio para que nuevos odios no puedan alcanzarme.

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